A mi abuela y a la
memoria de mi abuelo.
Mujer altiva, apasionada y
despreocupada de tu entorno, mujer de las 6 décadas, siempre tan orgullosa, tan
impasible ante lo que dijeran los demás de ti, tan fiera protectora de tu
familia, tan fuerte, tan todo… Eras como una estatua tallada en la piedra más
dura y preciosa del mundo. Hoy te veo tan rota, tan inerme, tan desvalida y
afligida, tus ojos zarcos inundados con la sal de tu dolor, esos ojos tan
fieros y orgullosos hoy los veo apagados, reflejan lo frágil que de verdad
eras, que estabas hecha en laja y no en mármol, esos luceros ahora se apagan y
buscan con insistencia al que alguna vez amaste. Tus labios se fruncen, esos
labios rosas tan severos ahora hacen pucheros y se retraen mostrando tus perlas,
apretándose unas contra otras, reprimiendo el grito que finalmente sale de tu
garganta, desgarrador, llamando, clamando.
Él
llega finalmente a las diez de la noche en su dernière demeure, acompañado de
una sinfonía de sollozos y los gritos de tu garganta agotada y tus ojos
goteando sal y dolor. Le llamas, lo buscas con la mirada y aunque está frente a
ti, no aceptas que sea él. En medio de cientos de flores blancas olorosas lo
colocan y en cada esquina de su última guarida colocan 1 cirio que exalta el
aroma de los pétalos de la habitación y en la cabecera pusieron un Cristo de
plata observándole… observándonos a todos.
Te
acercas a él y tus manos temblorosas que antaño ceñían con fuerza y seguridad
cuanto tocaban, acarician la madera lustrada y lisa, te abrazas a él con fuerza
y acercas tu oído esperanzada por oírle, pero nada pasa. Le preguntas una y mil
veces por qué, te disculpas, gritas, lloras y desfalleces… mueres poco a poco
en vida, pedazo a pedazo. Las manecillas del reloj avanzan y con ellas tu pena
crece más y más. Tus dedos recorren la brillante madera, lo acarician a través
de esos 10 centímetros de madera maciza y le susurras cosas inaudibles para mí
y los presentes, tus lágrimas quedan como perlas sobre aquella fina caoba y tu
dolor golpea mi corazón y hace nudo mi garganta… no puedo evitar llorar
contigo, llorar por esa promesa de amor que le susurras al ataúd de tu marido,
lo abrazas con tanto amor y a la vez con tanto dolor… Esa maldita mariposa
negra con alas de lino está posada en la puerta de tu hogar, cuando una de esas
se posa en una puerta, solo trae lágrimas, perlas de sal sagradas y pesadas que
brotan de tus ojos y empapan el sembradío de rosas de tus mejillas, empapan el
cuello y escurren al pecho y ahí las absorbe el corazón para volverlas a subir
a los ojos y así es el ciclo del llanto… maldita mariposa. Pobre de ti mujer
que te aferras a él con tanta aflicción, como si quisieras fundirte con la
madera y cubrir a tu marido tú misma, irte con él… Pero mujer, siempre recuerda
que a final de cuentas, el precio a tanto amor es el dolor de la separación que
inevitablemente, un día llegará.